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Turismo sostenible y de proximidad, un cambio de consciencia

Quedarse cerca no es un castigo

Durante el confinamiento, nos hemos visto comprometidas a viajar “dentro de casa”, y muchas hemos aprovechado la ocasión para revalorar lo que quizás tenemos un poco menospreciado por el simple hecho de tenerlo muy cerca. Con el verano, y lo que para muchas es la temporada de vacaciones, tenemos que repensar el turismo sostenible y de proximidad como una nueva manera de disfrutar y observar, de encontrar placer en la estética de la naturaleza y apreciar la belleza y la biodiversidad de nuestro país. Con este tipo de turismo, tenemos en cuenta las repercusiones económicas, sociales y medioambientales de nuestra visita, evitando que esta afecte negativamente al entorno o a las comunidades anfitrionas. Además, el turismo lento y de bajo impacto también genera puestos de trabajo.

Quedarnos cerca no tiene porqué suponer un esfuerzo, sino una oportunidad. Pensar en el turismo de proximidad y sostenible como algo inherentemente peor que el turismo de la experiencia, que hace años que socialmente se considera más valioso, no ayuda a hacer la transición necesaria hacia este tipo de turismo respetuoso con el planeta y rico en placeres profundos.

Un nuevo turismo: la responsabilidad de viajeras y empresas

La industria del turismo masificado, con vuelos y viajes a bajo costo, promueve experiencias que proporcionan placeres superficiales con gran impacto en la naturaleza y la gente. Se trata de un modelo turístico de consumo al que nos hemos acostumbrado desde los años 60 y 70. Un ejemplo claro es el de los cruceros. El transporte marítimo y la aviación son dos de los sectores a escala mundial con más emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Los proyectos de consolidación y ampliación de la actividad y las infraestructuras de aeropuertos y puertos son incompatibles con la crisis ecológica global que vivimos.

Un decrecimiento de este tipo de turismo es necesario para reducir los impactos medioambientales de la actividad humana. Esto implica repensar nuestros gustos estéticos y nuestra concepción de la felicidad: ¿por qué nos hace más felices conocer Malasia que el Delta del Llobregat? Somos conscientes de que no es un ejercicio fácil; estamos atrapadas entre lo que querríamos hacer como individuos y unos comportamientos de los cuales es difícil salir, fruto del prestigio social que nos han enseñado a atribuir al hecho de viajar lejos. Consumimos atracciones turísticas, naturales o no, con prisas y estrés, y decidimos nuestros destinos según su “instagramabilidad”. Así, seguimos los pasos, por ejemplo, de “descubridoras” de equipos de televisión una y otra vez, aprovechándonos de infraestructuras como puertos y aeropuertos que expolian los mismos territorios qué presumimos de haber visitado.

¡Pero la esperanza no está perdida! El confinamiento ha parado por completo, por primera vez, este frenesí turístico. Podemos aprovechar esta experiencia para replantear cómo vivimos nuestros viajes: hacer la fotografía y compartirla para que todo el mundo sepa que hemos estado ahí podría quedarse atrás y que el principal objetivo fuese conectar de una manera más profunda con la tierra y las personas que nos acogen, con nuestra propia sensorialidad, con la cultura y el tiempo compartido y disfrutado. La fotografía y las redes sociales pueden ser una herramienta para educar y sensibilizar, más que para promover un turismo de masas a un “destino paradisíaco”.

La naturaleza es el turismo urgente que necesitamos

Ni las plantas, ni los animales, ni tampoco las personas que viven en los pueblos y las ciudades son simples decorados; tienen, tenemos, valor por nosotras mismas. Tanto la emergencia climática como la responsabilidad social que hemos aprendido durante la pandemia nos tienen que hacer entender nuestro lugar en la biosfera y nos tienen que conducir a apreciar más una salida a las montañas que un viaje en avión a una gran ciudad, con todo lo que eso implica. Frente al modelo turístico consumista al que nos ha acostumbrado el sistema tóxico en el que vivimos, tendremos que aprender a valorar la calidad de vida en lugar de adherirnos a un estándar de vida cada vez más elevado. Ahora será necesario priorizar lo que tiene valor por sí mismo, recuperando así la proximidad con la comunidad y el entorno para poder realizar la transformación cultural que se necesita para solucionar esta crisis.

No somos independientes, formamos parte de un sistema muy complejo que entrelaza todos los seres de la Tierra. Por eso es tan importante que pongamos énfasis en volver a conectar con la naturaleza para hacerlo también con la vida que nos rodea. Redescubrir nuestro entorno a través de un turismo de proximidad puede ser el camino para ser capaces de comprender esto de verdad, no tan solo de forma racional, y para reaprender cómo no influir negativamente en un entorno que tanto nos puede aportar. Es, en gran parte, una cuestión de (auto)aprendizaje.

El turismo que tenemos que promover: regenerativo

Si bien es cierto que queda mucho camino para recorrer en términos de protección real de la biodiversidad y condiciones de trabajo dignos para las trabajadoras del sector turístico, estar en contacto con la naturaleza y a la vez disfrutar de un turismo sostenible y próximo este verano es posible, y ya hace tiempo que existen varias actividades relacionadas. Una de las más conocidas es el llamado turismo rural, que va de la mano con el movimiento del slow travel, que consiste en realizar estancias a un entorno rural, generalmente en pequeñas localidades o fuera del casco urbano. La diferencia entre el turismo rural y el agroturismo es que este último representa una visita más activa dentro del entorno rural en que se participa en alguna actividad agropecuaria, como podría ser cuidar del huerto o de los animales de la zona, cocinar con ingredientes acabados de cosechar, practicar senderismo, salir a recoger setas, o disfrutar de un baño de bosque.

En los últimos años este tipo de turismo ha resultado ser una actividad claramente en auge. Son sobre todo familias con niños o grupos grandes organizados quienes encuentran en el turismo rural un modelo que encaja perfectamente con su idea de destino ideal durante las vacaciones. No tenemos que olvidar, pero, que este incremento de turismo ha afectado notablemente al devenir habitual de las zonas rurales donde anteriormente el sector no tenía tanto de peso, llegando incluso a ser ahora un factor determinante de la economía de la zona y del día a día de sus habitantes. 

Por otro lado, hay el llamado ecoturismo, que pone mucho énfasis en cuidar y proteger el entorno que se visita. En este caso el impacto realizado sobre el espacio es muy bajo o nulo, puesto que el objetivo es interpretar el patrimonio cultural y natural e incluir las comunidades locales, además de realizarse en grupos pequeños. Se experimenta el hecho de disfrutar de la contemplación de la naturaleza que reivindicamos. Dentro de estas prácticas de ecoturismo encontramos la observación de la vida salvaje como el birdwatching, que se puede hacer sin salir de la ciudad y que no altera la conservación de especies, además de permitir observar su convivencia y sus interrelaciones, algo que no permiten las instalaciones del zoo. Otro tipo de ecoturismo presente en Cataluña y en España es el ecolodge. Se trata de hoteles o espacios turísticos en entornos naturales, en los cuales se tiene en cuenta una construcción sostenible y un mínimo impacto ambiental. ¿Os suenan las cabañas en los árboles? ¡Una manera original y emocionante de sumergirnos en la naturaleza!


Ver el Manifiesto de ZeroPort, plataforma co-impulsada por Rebel·lió o Extinció Barcelona, aquí: https://xrb.link/Z29meV8K9

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