Con la desescalada del sistema que creemos necesaria, ha llegado el momento de repensar la sociedad en que vivimos. Y, como barcelonesas, para nosotras es clave que repensemos el modelo de ciudad que nos ha llevado hasta aquí. Si hablábamos de la importancia de proteger nuestras vidas, de poner en valor todas y cada una de las tareas de cuidados, en la nueva etapa que se nos presenta después de la vuelta a la “nueva normalidad” que los gobiernos nos proponen, hará falta que las rebeldes levantemos la voz para decir alto y claro que no queremos una ciudad y un planeta donde sobrevivir, sino una ciudad y un planeta donde vivir.
Cada vez está más claro que los efectos de la pandemia mundial se han visto incrementados en las ciudades más contaminadas, entre las cuales Barcelona es un claro ejemplo. La existencia de partículas contaminantes en el aire, que es a menudo causa de diversas enfermedades respiratorias, provoca que los casos de infección por coronavirus sean más graves. Ahora lo tenemos claro: si la contaminación ya nos mataba antes, ahora es un claro potenciador de todas las enfermedades de orígenes exóticos, que potencialmente se adaptarán a los humanos porque estamos continuamente invadiendo los ecosistemas que las han contenido durante milenios.
Por otro lado, el confinamiento nos ha hecho poner en valor pequeños lujos que la vida frenética de las ciudades nos había hecho olvidar: los alimentos de proximidad, la necesidad de tener casas dignas y asequibles… Incluso en esto el virus ha sido revelador: las personas que viven en hogares con poca ventilación son las más diagnosticadas de coronavirus, mientras que la mala alimentación nos hace más vulnerables a enfermar.
Vemos, pues, como la antigua normalidad era el problema; tenemos que rechazar cualquier nueva normalidad construida sobre estas mismas bases. Parece una lucha inabarcable, pero tenemos que ser conscientes de todo lo que hemos aprendido. Si combatimos la pandemia poniendo el bien común ante todo, tenemos que ser conscientes que el cambio hacia otro modelo social, de ciudad, es posible si seguimos organizadas.
Una ciudad donde vivir
Con la “desescalada” que vivimos estos días vemos como las calles se vuelven a llenar de coches y otros vehículos motorizados; después de habernos acostumbrado a oír los pájaros o el rumor de conversaciones desde los balcones, ahora volvemos a sentir el ruido de los coches ocupando las calles. Y no solo el ruido: con la necesidad de mantener las distancias de seguridad, vemos como las ciudades no han sido hechas para las personas. Por eso, ahora más que nunca se hace necesario repensar qué modelo de uso del espacio público queremos. La nueva alteridad que buscamos es la de recuperar la ciudad para vivir.
Esto pasa por hacer disminuir la concentración de emisiones en nuestro casco urbano, así como simplemente parar la contaminación a través del cambio radical de modelo de movilidad. La generalización del uso de la bicicleta, así como un impulso del transporte público no contaminante, será importante en esta nueva fase de nuestras vidas. Esto implicará que el ordenamiento urbanístico y de infraestructuras de nuestra ciudad cambie para dejar a espacios seguros para bicicletas, y alternativasgeneralizadas y asequibles de transporte público que lleguen a todos los barrios, como el metro y el tranvía. En este deseo de cambio radical de modelo de movilidad, Rebel·lió o Extinció Barcelona hemos estado dentro del grupo promotor de la campaña Confinemos los coches, recuperemos la ciudad. Meses atrás ya nos adherimos a la plataforma Zeroport, que quiere sumar esfuerzos con otras organizaciones y movimientos para parar las ampliaciones del puerto y el aeropuerto.
También tenemos que reconocer que no podremos eliminar la contaminación acumulada con años de emisiones solo a través de la disminución de emisiones contaminantes. En la nueva ciudad de la alteridad hará falta que el verde vuelva a ocupar nuestras calles y nuestros edificios: es importante renaturalitzar nuestro entorno urbano para garantizar una captura y transformación directa de las emisiones. Y no tenemos que hacerlo solo a través de parques, entornos pretendidamente naturales de naturaleza enjaulada entre cemento, sino que la necesidad inmediata de aire puro y entornos saludables para aquellas que vivimos en las ciudades nos obligan a dotarnos de todos los mecanismos posibles para la preservación y aumento de la biodiversidad urbana.
En este mismo sentido, la pandemia que hemos vivido nos ha hecho poner en valor la necesidad de tener unos servicios públicos fuertes, y especialmente una red de cuidados que valore cada una de sus tareas. La alteridad de la nueva ciudad que queremos construir tiene que pasar para garantizar unos servicios sanitarios eficientes y libres de recortes, sí, pero también valorar las curas urbanas a personas dependientes y la no explotación de las cuidadoras, a menudo mujeres migradas, por parte de ningún sector social. La ciudad de la alteridad será la ciudad de los cuidados, donde las redes de apoyo vecinal jueguen también un papel al mantener las relaciones entre vecinas, olvidadas en la antigua normalidad.
Ciudadanía climática
Para conseguir estos cambios necesitamos que las instituciones escuchen la ciencia y se adapten a las nuevas necesidades que surgen, pero sobre todo necesitamos construir ciudadanía climática. Si queremos que la alteridad post-confinamiento sea una realidad, solo la podremos conseguir a través del empoderamiento ciudadano. Podemos hacer cambios de modelo a través de la autoorganización.
El modelo de ciudad que tiene que surgir de esta crisis lo tenemos que construir entre todas; el Ayuntamiento lo tiene que hacer conjuntamente con la sociedad civil. Para enriquecer nuestros barrios habrá que desconcentrar la actividad social y económica, repartir los esfuerzos más allá de las dinámicas entre centro y periferia urbana. La descongestión de la ciudad, tanto en relación a los vehículos como a las personas, será necesaria para mantener la seguridad sanitaria de todo el mundo. Esto pasa por construir justicia, también climática, desde los barrios: no podemos permitir que ninguno de ellos quede atrás a la hora de hacer frente al post-confinamiento, como está pasando en el Raval.
Tenemos que ser conscientes, pues, de que la nueva alteridad requerirá pensar más allá de “burbujas sanitarias”. Del mismo modo que no podemos entender la lucha contra la emergencia climática sin justicia climática entre el norte y el sur global, tenemos que asumir que el modelo de ciudad que necesitamos tiene que evitar dar la espalda a nadie, y que habrá que cooperar para construir comunidades, urbanas y rurales, más resilientes.
Lee la primera parte de este artículo: Desescalemos el sistema, protejamos la vida.