Después de casi dos meses confinadas, por fin llega el momento en que podemos empezar a retomar nuestro día a día. Algunas hemos tenido el privilegio de dedicar este tiempo a pensar, repensarnos y poner en valor lo que es importante para nosotras; pero otras hemos vivido pequeños infiernos cotidianos que no parecían acabarse nunca.
Para muchas mujeres, el confinamiento ha supuesto reencontrarse con sus agresores. Para personas LGTBIQ+ en general, y trans en particular, ha significado tener que enfrentarse a la falta de aceptación de entornos familiares hostiles. Para todo el personal sanitario y de cuidados que nos ha sostenido, ha significado condiciones de trabajo indignas. Para muchas, la pérdida de personas queridas. Y, para todas, ha significado afrontar la incertidumbre social y económica que se ha producido.
El virus nos ha recordado cómo de frágiles somos y ha dejado al descubierto una vez más las disfuncionalidades del sistema. Si algo ha puesto en evidencia el confinamiento, es que teníamos un modelo de vida en contra de la vida misma. Nuestras ciudades y pueblos tenían un ritmo frenético que nos llevaba al límite de la locura; nuestras comunidades se tenían que conformar con las migajas de un sistema económico basado en explotar hasta el agotamiento nuestros cuerpos y, de manera más dramática, los cuerpos de otros pueblos y comunidades del mundo, así como los recursos finitos del único planeta que permite nuestra existencia.
Llega por fin el final de la parte más estricta del confinamiento, con la ciudad de Barcelona entrando en fase 1 justo en una semana clave para nuestro ecosistema. Este miércoles 27 de mayo, el Estado español ya habrá consumido los recursos que la Tierra proporciona para abastecernos durante todo el año, mucho antes que otros países más pobres, y que la media global, la cual el año pasado situó el Día del Exceso de la Tierra el 2 de agosto. Por otro lado, empezamos la fase 1 habiendo llegado ya durante la fase 0 a unos niveles de contaminación del aire en la ciudad similares a los de antes del confinamiento. Vemos como, a partir de este momento, en Barcelona volvemos a vivir por encima de lo que la Tierra nos puede dar, tanto a nivel de recursos, como para tener una vida saludable.
Esto nos hace preguntarnos: ¿a qué mundo queremos volver? Queremos volver a las prisas, al agotamiento mental y físico de un sistema tóxico que nos ataca a nosotros en el ámbito personal y al resto de nuestros ecosistemas a escala material? ¿A la antigua normalidad, basada en el extractivismo de cuerpos y ecosistemas, de negación de identidades y visiones del mundo a manos de los negocios de unos pocos? ¿O queremos ir hacia la “nueva normalidad” que nos proponen los gobiernos, donde parece que mantendremos rutinas de confinamiento sumadas a un control que rayará el abuso para seguir con la “guerra contra la pandemia”?
La única normalidad que queremos es la alteridad
Cada vez somos más personas a quienes ni la normalidad de antes ni la “nueva normalidad” nos parece convincente. Vemos como las propuestas que nos están llegando por parte de los gobiernos, y de nuestro gobierno del Estado en particular, no son suficientes para reconstruir nuestra sociedad. No olvidemos que no servirán de nada las bonitas palabras sobre planes de choque, escudos sociales y estados de alarma si las medidas anunciadas no llegan a toda la población. Vemos con desconcierto, además, como los rescates no llegan a quienes tendrían que llegar y, en cambio, se enfocan en rescatar a los mismos de siempre.
Necesitamos imaginar otra realidad a la que queremos “volver”, un espacio diverso que nos permita reconstruir los lazos entre nosotros, nuestro entorno y nuestras sociedades. Hemos disfrutado unos días de ver y vivir la ciudad sin masificación y con mucha menos contaminación. Poder vivir esta experiencia nos ayuda y nos acerca a imaginar en qué dirección podemos cambiar nuestras ciudades para que sean más sanas, seguras y sostenibles para las personas y nuestros entornos no solo por unos días, sino para las generaciones futuras.
También hemos podido observar nosotras mismas como nuestro retiro en casa ha hecho resurgir la parte más humana de la ciudad, como si hubiéramos recordado que somos, ante todo, sociedad: las redes de apoyo mutuo que hemos creado en nuestros barrios nos han demostrado que nuestros lazos son más fuertes que nunca. El distanciamiento físico nos ha hecho sentir el deseo de estar más unidas que nunca. Aprovechémoslo.
Hacia la Fase 5: una sociedad regenerativa
Es este apoyo comunitario, que hemos desarrollado cuando hemos recordado nuestra fragilidad y la necesidad de actuación conjunta y urgente, el que nos puede servir para reflexionar sobre nuestra relación con el mundo para defender con la misma urgencia que hemos encarado el virus aquello que es fundamental: la vida.
Es una realidad que muchas nos sentimos bloqueadas o quemadas con la situación que estamos viviendo. Pero, como quien se cura de una enfermedad, como sociedad tenemos que tomarnos el tiempo para repensarnos. Necesitamos hacer que las redes de apoyo mutuo que hemos creado en nuestros barrios sean la nueva normalidad; que la quinta fase de esta desescalada sea la de construir una sociedad regenerativa.
Una sociedad, en definitiva, que tenga la vida como prioridad y ponga en valor todas las tareas de cuidados, hacia las personas y los ecosistemas, que tan a menudo habíamos olvidado. Para hacerlo tenemos que ser valientes: si la respuesta a lo peor de la pandemia la hemos encontrado en nuestras vecinas, el hecho de construir la alteridad que tiene que venir lo conseguiremos solo si hacemos de nuestros barrios, lucha. Reconstruyámonos desde las ciudades, ¡repensemos cómo es el entorno donde queremos vivir!